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El concepto de normal a través de la historia

El individuo cuya conducta no se sujeta a las pautas sociales es excluido de la sociedad, y la creación de estas pautas ideales de conducta marca el origen de los códigos morales humanos. Por ejemplo, ya en Babilonia se regulaba la vida sexual de sus miembros por medio de leyes escritas en el Código de Hammurabi, a partir del cual observamos que a lo largo de la historia y según el estado de las costumbres aportadas por una determinada ideología, se decide acerca del carácter normal de un comportamiento afectivo dado.

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Los judíos también tenían códigos por medio de los cuales regulaban la vida sexual de sus miembros, y las pautas de conducta deseables se encuentran estipuladas perfectamente en el Éxodo, en el Levítico y en el Deuteronomio. En estos libros aparecen infinidad de semas para reprobar alguna conducta sexual que se salga de los fines considerados válidos por los hebreos, como por ejemplo, la conservación de la especie, la preservación de la endogamia, la unidad familiar, etc.; además de que también existen términos como contaminación, abominación, impureza, etc. Posteriormente, las primeras sociedades cristianas adoptaron del judaísmo los valores individuales y sociales.

San Pablo, en su carta a los Gálatas, atribuye al ser humano una naturaleza dual copiando el modelo de la escuela platónica: Carne y Espíritu; comentaba que había que vivir según el espíritu y no según la carne, y San Agustín por su parte, consideraba que la actividad sexual era una enfermedad que se transmitía de generación en generación (pecado original).

Posteriormente, Santo Tomás de Aquino opinó que el demonio provocador de este pecado original era el impulso sexual, además de que intentaba categorizar los deseos de obtención de placer físico a los cuales les llama concupiscencias (atracción natural hacia los bienes sensibles y hacia los placeres sexuales), que pueden ser naturales o contrarias a la naturaleza.

Durante la Edad Media los valores fundamentales de la Iglesia Católica eran Dios, el paraíso y el espíritu en contraposición con el demonio, el mundo, el infierno y la carne, y esto último representado importantemente por todo género de conductas sexuales. El hombre teme al poder sobrenatural de la Iglesia.

La situación cambió favorablemente durante el Renacimiento, pues la relación causa-efecto de los fenómenos se explicó por la observación directa que buscó conocer cómo se suceden, cómo se desarrollan y la frecuencia con que se repiten dichos fenómenos.

Curva de Gauss-Laplace

René Descartes en el siglo XVII (1637) propuso un sistema gráfico que representó la relación entre dos eventos expresados algebraicamente (figura 1), y posteriormente Gausse y Laplace elaboraron conforme a la ecuación cartesiana lo que se denominó Curva de Gauss-Laplace o curva de distribución de frecuencias (figura 2), que tiene forma de campana y en la que en el centro se agrupan los fenómenos que suceden con más frecuencia, mientras que a ambos lados aparecen los menos frecuentes.

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Al graficar se forma un tipo de curva con la media aritmética en el centro, que es la suma de todos los eventos entre el número de casos. Los eventos se pueden acercar o alejar de la media, a lo que se le llama desviación estándar.

File:Cartesian-coordinate-system.svg
Figura 1: Sistema Cartesiano.

Curva de Gauss 

Figura 2: Curva de Gauss-Laplace.

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El 68.27% de los eventos se encuentran enmarcados por líneas equidistantes de la media aritmética, y a esto se le conoce como la primera desviación estándar. En el 95.45% de la muestra se encuentra la segunda desviación estándar y en el 99.73% se encuentra la tercera desviación estándar.

Todo lo que se encuentra dentro de la primera y de la segunda desviación estándar se le llama normalidad, norma o distribución normal (lo que incluye al 95.45% se los casos), y todo lo que sale de la segunda desviación estándar (el 4.55%) se le llama desviación de la norma; por lo tanto, estadísti­camente hablando, si un fenómeno se presenta en más del 4.55% se considerará normal. Con base en lo anterior, sería muy interesante hacer las siguientes reflexiones:

  • Si aproximadamente el 70% de las mujer son anorgásmicas, ¿la anorgasmia es normal?
  • Si del 10% al 15% de la población mundial se asume como homosexual (pero a esta cantidad habría que sumarle otra proporción de personas no asumidas), ¿la homosexualidad es normal?
  • ¿La conducta es la anormal o la anormal… o lo normal y lo anormal es lo que piensa la gente de esa conducta?

A raíz de esto se comienzan a buscar los valores entre la salud y la enfermedad, y al medir los eventos se pudo dar una concepción de lo que era un individuo sano y uno enfermo. Los sujetos sanos presentaban valores normales con respecto a cierta función, mientras que los no sanos presentaban valores anormales para la misma función analizada. Con base en estos análisis, en medicina el término normal se convirtió en sinónimo de buen funcionamiento, es decir, de salud; mientras que el término anormal se convirtió en sinónimo de mal funcionamiento, es decir de enfermedad.

En el siglo XIX la biología fue la que indicó cuáles eran los guiones sexuales aprobados y cuáles los desaprobados con dos premisas principales: la salud y la preservación de la especie.

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La función social sacralizada del médico, del maestro y del sacerdote en la época moderna y contemporánea obliga a enunciar juicios morales; y esta forma de contemplar las cosas suele trasladarse a la conducta del ser humano, especialmente en la sexual.

Calificar de anormal una conducta, solamente es una forma de decir que no se está de acuerdo con ella.

A través de los años se han utilizado los sinónimos de normal = salud y anormal = enfermedad, por lo que la salud es algo bueno y deseable, mientras que la enfermedad es algo malo e indeseable; y a manera de silogismo podemos hacer el siguiente análisis:

Si normal = salud
y salud = bueno
normal = bueno

 

entonces

Si anormal = enfermedad
y enfermedad = malo
anormal = malo

Concepto de salud y enfermedad

Los términos salud y enfermedad también son descriptivos en cuanto a que salud es el estado completo de bienestar físico, psicológico y social de un individuo o de un grupo, y enfermedad es el malestar en cualquiera de esos niveles; mientras que los términos bueno y malo adquieren otra di­mensión ya que su utilización implica un juicio moral, personal, subjetivo y se vuelven netamente va­lorativos.

Por lo anteriormente expuesto, nos encontramos con dos términos: los descriptivos y los valorativos. Los términos descriptivos tienen un acuerdo universal en cuanto a su significado (cuadrúpedo, reptil, mesa, perro) y generalmente todas las personas los entienden; pero los términos valorativos no tienen un acuerdo universal en cuanto a su significado (feo, bonito, mucho, poco, bueno, malo, fácil, difícil). La frase “perro bonito” tiene un término descriptivo (perro) y uno valorativo (bonito).

La palabra normal comenzó siendo descriptiva, pero se convirtió en valorativa, y en sexología debemos utilizar términos descriptivos y no valorativos. Si alguien pregunta si un comportamiento sexual es normal o anormal, en realidad está preguntando si es bueno o si es malo.

¿Seré normal? Casi todos nos hemos planteado esta pregunta, y generalmente la respuesta es: depende, puesto que no existe un modelo simple y único para afirmar que algo es normal.

La idea popular sobre la normalidad es una especie de compuesto entre las siguientes ideas: sano, bueno, correcto, aceptable, típico, promedio, adecuado, corriente, permisible, apropiado, etc.

Por todo lo anteriormente expuesto podemos concluir que lo normal no es definible en términos absolutos, y que la sexualidad en lo básico no es correcta o incorrecta, buena o mala, sino sólo variable.

Los estudios antropológicos sobre el comportamiento sexual en diversos pueblos, como los de Malinowski (1971), Mead (1973), Tuliman (1974), Gregorson (1983) o los estudios del comportamiento sexual en diversos países como los de Kinsey (E.U.A., 1948 a 1954), Asayama (Japón, 1975), Simon (Francia, 1972), Schoffleid (Inglaterra, 1972), Klaussner (Israel, 1976) etc., coinciden en los siguientes puntos:

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  • Dentro del grupo humano existen infinidad de costumbres y de comportamientos sexuales, y algunos que son comunes en ciertas sociedades se rechazan en otras.
  • No hay comportamientos sexuales universales. Kinsey fue el primero en demostrar que dentro de un mismo grupo social, el comportamiento sexual es modificado y matizado por diversos factores como el sexo, la edad, la religión, la religiosidad, el nivel educativo, el estado civil y el contexto cultural de desarrollo del individuo.
  • Las actitudes de aceptación o de rechazo de los comportamientos sexuales en un mismo grupo humano, se modifican con el tiempo y con los sucesos históricos y sociales.

Ante estos hechos, si los profesionales de la salud desean servir en verdad a los consultantes, deberán adoptar una actitud objetiva y científica en cuanto a la sexualidad que asegure la no imposición de sistemas de valores propios sobre los de ellos, dado que jamás se podrá establecer que las normas propias son las de máxima universalidad; de modo que la actitud ante la sexualidad y ante los comportamientos sexuales de los consultantes, debe ser de respeto.

Debe aceptarse en los consultantes cualquier comportamiento sexual, siempre y cuando no dañe a otros, no vaya contra la voluntad de los participantes, ni se aproveche del desconocimiento ni de la inconsciencia de otros.

Por lo tanto, proponemos que no se utilicen las palabras normal ni anormal para clasificar las conductas sexuales de los seres humanos, ya que un comportamiento sexual es válido, cualquiera que este sea, siempre que la persona se sienta bien realizándolo, que no dañe a nadie y que los participantes lo hagan voluntariamente. En vez de hablar de comportamientos normales o anormales, buenos o malos, deberíamos utilizar las palabras frecuente, infrecuente, más frecuente, menos frecuente, prevalencia, etc.

Héctor Castillo Ortiz
Psicólogo y sexólogo clínico
México, D. F.
E-mail: hcastilloortiz@prodigy.net.mx

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